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domingo, 8 de noviembre de 2009

Una mirada al mar

Por Begoña R.J.

Lanzo una nueva mirada al mar, camino despacio contemplando con entusiasmo esa inmensa mancha azul que inunda mis sentidos, que me transmite la grandeza y enorme belleza de la naturaleza, de la tierra.

Un ser vivo que lucha como nosotros por mantener su equilibrio, que responde a las agresiones de su entorno. Una leve brisa acaricia mi rostro y no puedo evitar una pequeña punzada de nostalgia en mi estómago. A veces parece que el mar nos llama como si aún fuéramos peces y en parte todavía le perteneciéramos. Encamino mis pasos hacia el centro de la ciudad, y allí los bares se encuentran abarrotados, la ciudad bulle en sus entrañas y busco refugio en un pequeño local que trae a mi memoria la bohemia parisina .Me acomodo en rincón algo apartado pero agradable.

Desde mi estratégica posición veo a la gente que entra y sale, a los que ya han consumido su tiempo, a los que buscan saciar su hambre. Un par de tipos llama mi atención, su atuendo desaliñado contrasta con el del resto de la clientela. Se acomodan en una mesa cercana a la mía. El más joven parece estar hambriento, tal vez una noche de juerga ininterrumpida o tal vez quehaceres más inconfesables. Me aventuro a pensar que son chaperos.

Algo en su aspecto me ha inclinado a este pensamiento; incluso puede que se trate de una pareja que realiza de forma ocasional este tipo de servicios para salir adelante. La realidad posee diversas capas, espacios en los que cada uno de nosotros se mueve; capas que a veces se mezclan, se tocan,

que asaltan nuestra retina y nos hace partícipes de una postal que no es la que estamos acostumbrados a ver. En los escasos metros de cualquier local, se pueden mezclar de forma totalmente azarosa.

Adivino en esta pareja de amigos o de amantes, un cansancio cercano al tedio. y ese tedio inunda mi ánimo por unos instantes. Por las miserias de nuestro mundo que se entrelazan con sus grandezas y nos dejan en el paladar un regusto agridulce De manera incansable y a veces inconsciente busco el sentido de toda esta realidad y más aún el de mi propia existencia.

Rastreo las posibles señales en una senda difuminada en la que a veces un pequeño destello da sentido a todo. Cada vez me angustia menos esa búsqueda, voy adivinando poco a poco que encierra en sí misma su propio secreto.

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