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domingo, 23 de octubre de 2011

Penélope






Penélope se sienta como cada mañana ante el espejo y empieza a peinar sus largos cabellos. Ahora lucen grises, casi blancos, pero hubo un tiempo en el que fueron del color de algunos atardeceres, rojizo. Balancea su muñeca en el consabido gesto mecánico de alisar y este gesto cotidiano y habitual, este momento de ensimismamiento siempre le produce el mismo efecto, los recuerdos se agolpan en su mente y se ve de repente en otro tiempo, en otro lugar. Se transporta a sus veinte años, cuando estudiaba ciencias puras en la universidad y conoció a Ulises. Por aquel entonces Ulises lucía una barbita interesante, militaba en grupos de acción estudiantil y era portavoz en la mayoría de las asambleas universitarias .Le encantaba escuchar su voz potente y enardecida por la pasión, hablando de huelgas y manifestaciones.
Pero no fue hasta un tiempo más tarde cuando empezaron a conocerse. Recuerda que aquella tarde llovía torrencialmente. Ella llevaba aún sandalias porque el verano acababa de terminar y el incipiente otoño se había mostrado caluroso. Se refugiaba como la gran mayoría de estudiantes bajo los soportales del campus universitario. Lo vio pasar empapado y cruzaron una mirada. Algo pasó en aquel momento, aunque Penélope tímida y reservada bajó apresuradamente los ojos no fuera a ser que él leyera en ellos la turbación que sentía en aquellos momentos.
Semanas más tarde fueron presentados en una fiesta estudiantil. Y a partir de ese momento se hicieron casi inseparables. Acudían juntos a mítines y manifestaciones y luego se comían a besos en cualquier rincón de cualquier cafetería. Aún le parece sentir el picor de esos pelillos punzantes de su barba que le dejaban luego el cutis, en exceso sensible, enrojecido y sobre todo su olor cálido, mezcla de café, tabaco de pipa, y colonia barata, que el presupuesto de estudiante no daba para otra cosa. Y sobre todo sus manos, esas manos grandotas, fuertes, contundentes, que a veces golpeaban la mesa con decisión y enfado .Esos gestos bruscos, que le recordaban que eran iguales pero diferentes. Pero sobre todo sus manos acariciándola. Ella le había intentado enseñar a acariciar levemente, como acaricia una pluma. Esa caricia suave, casi imperceptible la excitaba poderosamente, tanto como esas otras rabiosas y contundentes, explícitas, directas. Todo era como un juego, dulce, salado, suave, rabioso.
Terminó el curso y Ulises debía regresar a su ciudad de origen, a su casa familiar.
Ella también, y el descanso estival convirtió las vacaciones en una despedida.
Ulises partió hacia el norte de donde procedía. Se prometieron cartas y recuerdos.
Penélope recuerda que no pudo evitar derramar unas lágrimas cuando él balanceó su mano en señal de despedida desde la ventanita de l autobús. Se sentía ridícula y sobre todo infinitamente triste.
Durante el verano sólo recibió de él dos cartas. En la segunda le anunciaba que no volvería ese año a la universidad. Su padre había fallecido y su madre había decidido mandarlo a un colegio mayor.
Ambos siguieron sus vidas, cada cual por su lado, pero en el fondo de su corazón Penélope añoraba a Ulises, su héroe estudiantil de manos fuertes y mirada desafiante.
Durante ese año empezó a salir con otros chicos. Ulises por su parte, como ella supo más tarde, tenía una novia formal. Una chica de familia acomodada. La época de la militancia había terminado. Ahora cada cual buscaba eso que se llama provenir.
Pasados unos años Ulises contraía uno de esos matrimonios de conveniencia.
La pareja no tuvo hijos y pasado un tiempo prudencial ambos se dedicaron a llevar vidas paralelas, aunque siempre salían juntos y sonrientes en las fotos oficiales.
Ulises empezó a destacar en política y como una obligación más de su cargo comenzó a viajar por todo el mundo. Después de largas reuniones los caballeros solía frecuentar locales de alterne con prostitutas de lujo. Señoritas cuidadas, con las caras repintadas pero sin demasiado exceso y unas uñas largas y cuidadas de un rojo encendido. Los cuerpos delicadamente estilizados. Lugares para el relax después de la lucha política encarnizada.
Ulises disfrutaba de aquellos cuerpos, se encumbraba con ellos en las cimas de un intenso placer, y con alguna de aquellas chicas practicaba las caricias de pluma.
Rondaba ya la cincuentena cuando empezó a hacerse de nuevo preguntas para las que no encontraba respuesta.¿Qué sentido tiene todo esto?
Ya retirado de la política y después de haber pasado una profunda crisis existencial viajó de nuevo con alguno de sus antiguos compañeros que se empeñaron en rendirle un homenaje.-hacéis que me sienta viejo-murmuró
-Calla tonto qué viejo ni viejo..
Después te tenemos preparada una sorpresa mejor, te llevaremos al local más placentero de la ciudad.
Cuando llegaron al local, ya con algunas copas de más Ulises echó un vistazo a su alrededor .No le apetecía volver a las andadas pero algo llamó poderosamente su atención.
-Quiero a la pelirroja.-Le susurró Ulises a Arturo, el organizador del festín
-No te la recomiendo-le dijo socarronamente su amigo-lleva tiempo liada con las drogas. No sé ni cómo la dejan seguir trabajando aquí.
-No me importa,…
Volvió a mirarla, y pudo ver cómo se le acercaba un camellito de lúgubre aspecto, delgado en exceso, algo bizco por lo que pudo observar, de mirada torva, el pelo largo y descuidado. Podía haber encarnado perfectamente el papel de la muerte en cualquier representación teatral. Por suerte para Ulises uno de los gorilas del local lo echó a empujones.
Ulises se acercó tranquilamente a la barra y abordó a la chica.
-¿Cómo te llamas?
-Penélope
-¿Esperas a alguien?
-No, ya no
-Hace tiempo conocí a alguien que se llamaba como tú
Ahora es ella la que pregunta
-¿Estas casado? –
- Sí pero hace tiempo que ya no funciona.
-Eso dicen todos…
-En mi caso es la verdad
¿Tienes hijos?
-¿No haces muchas preguntas?
-Es parte de mi trabajo, hablar con clientes.-
- No, no tengo hijos
-Y tú ¿estás casada?
-Lo estuve pero no funcionó
- Eso dicen todas…
- En mi caso también es verdad-
Se ha hecho de repente un silencio espeso entre ambos que él intenta traspasar con el filo de sus palabras
-¿Subimos arriba?
-No sé últimamente no trabajo mucho
- No te preocupes…charlaremos
Penélope esboza una tímida sonrisa y sube con él
Ulises acacia su pelo, luego el cuello y finalmente su espalda, suavemente
Como aprendió a hacerlo hace mucho tiempo
-Has tardado mucho tiempo-dice Penélope en un susurro
-Sí. Repetí curso muchas veces en la escuela de la vida. Crecer no es fácil.
-A lo mejor si hubieras tenido hijos, te habrían enseñado.
-No, nadie aprende si no tiene la voluntad de hacerlo, aunque esa voluntad sea un leve destello. Aprendemos cuando surge en nosotros la necesidad de conocer. Esa es la tarea del buen maestro, prender fuego de esa pequeña mecha que es nuestro afán de conocer.
- ¿ Y cómo se yo que eres tú en realidad?
-¿Acaso enseñaste a otros alguna vez a acariciarte así…?
- Ha pasado mucho tiempo- susurra ella a modo de respuesta
- No me encaja contigo el tema de las drogas y mucho menos que trabajes en un lugar así- comenta él intentando no romper el hilo de comunicación que se ha establecido entre ambos.
- Las drogas según cuales y cómo se consuman ayudan a veces… a mitigar el dolor
Aunque reconozco que son un atajo nada recomendable. Pero no te preocupes, estos de abajo creen que me meto de todo .Así me dejan en paz y me los quito de encima.
En cuanto a mi trabajo, todos nos prostituimos en algo ¿no? Alguien me dijo que te dedicas a la política.
- No, esa época pasó
- Creí que ya no volverías a mí
- Tuve que vencer el canto de las sirenas, la ira de Poseidón, el rapto de la ninfa Calipso y enfrentarme con la medusa
- Eso lo explica todo