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lunes, 11 de mayo de 2009
Hipocrash
Por Diego
Era hipocrash. Ya no quedaba ninguna duda. El diagnóstico definitivo había tardado demasiado y ahora sólo se podía hablar de fechas. Los síntomas habían sido muy confusos, sutiles al principio, pero ahora todos estaban de acuerdo: el hipocrash se había extendido completamente. Probablemente, según opinaban los científicos más realistas, se trataba de distintas enfermedades acumuladas que se habían ido superponiendo unas a otras, amplificando geométricamente el efecto hipocrashínico, por ello su diagnóstico había sido tan complicado. Ahora era ya demasiado tarde. La ciencia con todo su avanzado poder tecnológico quedaba empequeñecida ante la magnitud del problema. Se podría liofilizar y congelar para su conservación partes de ADN con fines científicos y experimentales; incluso generaciones de ocupantes futuros podrían, a través de estas muestras, recrear a su voluntad, las especies extintas. Pero quizá esto era demasiado peligroso, incluso contraproducente. La morbosidad podría ser genética y no se conseguiría sino reproducir el desastre. Quizá lo más inteligente sería simplemente largarse tras destruir completamente cualquier signo de vida orgánica, para garantizar así una desinfección total.
John subió a la cabina con el disparador meta-nuclear del banco de virus en la mano. Cuando podía aún distinguir por el ojo de buey el contorno antártico, su último refugio, apretó el gatillo.
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