
Diego Pérez Sánchez
Hay un momento en la vida que no por ser el último es el menos importante. Todo lo contrario, gracias a él la vida cobra su auténtico significado y con él se cierra el espacio y el tiempo, desapareciendo las dimensiones; lo que deja borroso, desfigurado y nulo, cualquier valor, por importante que pareciera hasta entonces.
En ese momento es en el que ,si algún valor tenemos, que demostrarlo hemos, y ya no ante nadie, disimulando, tratando de engañar con patrañas, apariencias y trucajes; sino ante nosotros mismos, sea lo que sea que seamos. Y habremos de estar preparados, pero, si ni siquiera sabemos quien somos, ocultos tras nuestra imagen a nosotros mismos, no habremos sabido ni como hacerlo, perdiendo todo a cambio de nada.
Podemos perder toda una vida, nuestra única vida conocida -aprehensible, real y realizable- buscando valores que no tenemos, acaparando ficciones trasnochadas y objetos destartalados, en una palabra, acicalándonos; pero cuando caigan las máscaras, cuando sólo nos quede el alma, desnuda de objetos y valores amurallados, entonces sabremos el auténtico valor de los refranes, y tendremos algo para olvidar, y algo para recordar, aunque probablemente de lo primero sea todo y de lo segundo nada.
Pero, mientras tanto, en el teatro de la vida, y para todos sus espectadores, señoras y señores, ante ustedes: “Tanto tienes, tanto vales”, tragedia en tres lapsos, y ríanse del absurdo.