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lunes, 11 de mayo de 2009

Hipocrash


Por Diego

Era hipocrash. Ya no quedaba ninguna duda. El diagnóstico definitivo había tardado demasiado y ahora sólo se podía hablar de fechas. Los síntomas habían sido muy confusos, sutiles al principio, pero ahora todos estaban de acuerdo: el hipocrash se había extendido completamente. Probablemente, según opinaban los científicos más realistas, se trataba de distintas enfermedades acumuladas que se habían ido superponiendo unas a otras, amplificando geométricamente el efecto hipocrashínico, por ello su diagnóstico había sido tan complicado. Ahora era ya demasiado tarde. La ciencia con todo su avanzado poder tecnológico quedaba empequeñecida ante la magnitud del problema. Se podría liofilizar y congelar para su conservación partes de ADN con fines científicos y experimentales; incluso generaciones de ocupantes futuros podrían, a través de estas muestras, recrear a su voluntad, las especies extintas. Pero quizá esto era demasiado peligroso, incluso contraproducente. La morbosidad podría ser genética y no se conseguiría sino reproducir el desastre. Quizá lo más inteligente sería simplemente largarse tras destruir completamente cualquier signo de vida orgánica, para garantizar así una desinfección total.
John subió a la cabina con el disparador meta-nuclear del banco de virus en la mano. Cuando podía aún distinguir por el ojo de buey el contorno antártico, su último refugio, apretó el gatillo.

Entre lineas


Por José Guerrero

Fructuoso se saltó la línea de la cordura y cayó en un estado afectivo lamentable, de intensa alteración, perdiendo el control de las emociones. Al cabo de un tiempo la fisonomía le fue cambiando, era otro. Se fue dejando la barba, la alimentación acostumbrada, incluso el trabajo, y se abandonó a su suerte.
No se arreglaba, y llegó a perder la línea tan esmerada que había conservado siempre, tanto en el comer como en el comportamiento con familiares y amigos. Comenzó a engordar, adquiriendo una obesidad mórbida. Se planteó el acudir a un cirujano para que lo interviniese, arrancando lo que hiciera falta. Estaba dispuesto a todo, no le agradaba la nueva imagen que tenía. Aunque pasó un período en que no le importaba, que le daba los mismo ocho que ochenta. Ahora, sin embargo, se encontraba atrapado en el quiero pero no puedo y se veía impedido para muchas labores, debido a la carga que transportaba a cada paso que daba sobre las maltrechas piernas. Quería quitarse unos sesenta kilos de golpe, lo tenía más que asumido, en algunas cuestiones era inflexible.

Un día se le apeteció darse un baño y se zambulló de cabeza en las saladas aguas del mediterráneo, al borde de las rocas.
Nada más contactar con el agua notó un incipiente hormigueo en la planta del pie, no era martes ni trece ni creía en esas zarandajas, pero hete aquí que de repente sintió como el roce de una roca, o algo que no podía precisar con exactitud que lo turbó en exceso en los inicios, entre el balanceo rítmico de las olas, aunque no le otorgó mucha trascendencia, calibrando que no era para tanto, hasta que se fue cerciorando con más certeza conforme se acercaba nadando a las rocas.
El percance fue en aumento, creciendo en intensidad, provocándole unas vibraciones galopantes y extrañas cada vez con mayor contundencia, y al verificar que no se detenían ahí, -pese a los diferentes ejercicios que puso en práctica aprendidos de cuando practicaba natación en sus años de mili con el duro monitor que le tocó en suerte-, sino que subían piernas arriba, extendiéndose como una corrosiva sombra por un vasto bosque como el que no hace la cosa, y seguía expandiéndose por los vericuetos de los principales miembros y extremidades del cuerpo. Eran unos calambres fuera de lo común, que no acertaba a explicarse, ni recordaba que le hubiese acontecido jamás desde que tenía uso de razón.
Son contratiempos que se atraviesan en el camino, pensó, y no se les encuentra fundamentos y suelen pasar desapercibidos en un primer término, pero que ya advertían de que la muerte le pisaba los talones, pues se quedaba varado en pleno oleaje de una mar embravecida, no lejos de las rocas, aunque expuesto a los mayores peligros, corrientes inesperadas, ataques por sorpresa de cualquier inquilino advenedizo, y sin bote salvavidas ni unos brotes de esperanza. No podía avanzar ni un milímetro, y a malas penas flotaba en aquella encerrona que se le había venido encima, moviendo como loco piernas y brazos, ya que se asfixiaba de forma galopante, permaneciendo inmovilizado en medio del juego marítimo, como si estuviese en una enorme balsa aislado en el desierto, mirando con rabia e impotencia hacia las rocas, como desvalido bebé a la madre, también inmóviles, que las ubicaba cada vez más en la lejanía, intentando con uñas y dientes caer lo antes posible en los brazos rocosos.

Pero cuál no sería su estupor cuando atisbó a su espalda, no muy distante de donde se encontraba, una descomunal sombra de algún cuerpo u objeto que, al sumergirse tal vez asustado, provocó un espectacular y malintencionado alboroto, en que las aguas pugnaban entre sí con todo el coraje del mundo, tirando cada una por su lado haciéndose añicos o moñeándose, como si quisieran llevarse el agua a su molino, en un bárbaro combate entre tribus rivales, con visos de un histérico tornado que no se avenía a razones, en un haz de colores confusos, entre verde-oscuro y reluciente añil, impulsado desde las hondas simas subacuáticas. Un desconocido producto expulsado por algún monstruo marino, que en esos momentos hubiese cruzado atemorizado por aquellos parajes, y hubiera defecado de súbito por necesidad, como protección por haber percibido ondas extrañas en las escamas y se sintiera preso de un ataque de pánico, o pretendiera tomarse la justicia por su mano, pensando siempre que el que da primero da dos veces, en caso de que algún osado salteador de caminos lo abordase.
Al ver las oscuras e intratables aguas, leía entre líneas casi sin darse cuenta varios guiones, que algo gordo podría estar maquinándose por aquellos contornos, si bien no quería creérselo, aunque le generaba no poco desasosiego. No concebía en su atolondrada cabeza las diferentes medidas ni rasgos fisonómicos del bicharraco que a lo mejor merodeaba por allí, y se cuestionaba con inquietud si sería un tiburón, o un gigante cachalote que se hubiese descolgado de los suyos por algún tirón muscular en alta mar, y bogara a la deriva.
Una gélida angustia se apoderó de él, y temía que lo quitaran del medio de un zarpazo, borrándolo del mapa en menos de lo que canta un gallo. Y ni corto ni perezoso exclamó con la moral por los suelos ¡santo cielos, qué susto más grande!, añadiendo a renglón seguido, ¡tierra trágame!
Por otra parte, tampoco le apetecía leer entre líneas los renglones verídicos de la historia de Moby Dick, cuando el viento aumentó hasta convertirse en un aullido. Los negros nubarrones chocaban como toros bravíos entre sí, y la tormenta de repente rugió, se partió en pedazos, y crepitó en torno a los que estaban presentes, como un fuego incendiario que arrasara los campos y vaciara balsas y lagos, arrastrándolo todo alocadamente al mal, a la perversión. Y todo se hizo de noche.
Se le obstruyeron los sentidos, perdiendo la dirección de la línea que se había trazado, cosa que nunca le había pasado por la imaginación, y todo por tirarse de cabeza en aquellas malignas aguas, que peinaban tan ariscas rocas, que se revolcaban prepotentes y envidiosas ante su presencia, como si las piedras pronunciaran frases al viento no muy cálidas aquella mañana gris. Era un recodo desconocido para él, algo retirado del punto de otras veces a donde solía acudir a bañarse los fines de semana, o en los puentes que construía en la empresa siempre que podía, a fin de huir de la rutina y de la guerra diaria.
Entonces ocurrió que la mar se oscureció de golpe, tan pronto como se zambulló en las frías aguas, y sin percatarse de los guiños envenenados que le lanzaban las gaviotas golpeando la superficie, como a traición, se fraguó un alevoso tifón que lo envolvió, hocicándolo en las sombrías profundidades, inyectándole la misma muerte en las venas, una claustrofobia que le impedía revolverse, respirar, durándole una eternidad. En tal estado le era imposible leer entra líneas rectas ni curvas y menos verticales. Perdió la verticalidad vital, y se le desvanecieron los cimientos de los pilares edificados. La obesidad mórbida acabó con Fructuoso, diluyéndose como minúsculas gotitas de agua en el inmenso mar.

martes, 5 de mayo de 2009

Entrelineas




-Para ti es mucho más fácil. Vivir sin dioses es como quedarse huérfano.
Tú solo te buscas las respuestas, en ti está hacer lo bueno o lo malo, te conviertes en tu propio referente y tu propio juez. No actúas en función del potencial castigo o recompensa sino según tu propia humanidad. OH si amigo mío, realmente vivir con un Dios que ejerce de padre toda la vida es mucho más cómodo.
Raúl miró a su amigo con perplejidad; no era la primera vez que tenían una conversación de este tipo, pero sí la primera que lo veía tan cabreado.
-Bueno- respondió Raúl- creo que ya hemos llegado a un momento en nuestro desarrollo humano en el que cada uno debería ser libre de elegir si prefiere o no vivir mediatizado por una religión sea la que sea.
-Ese es el problema –contestó Alfonso todavía enfadado-que la posibilidad de elegir surgiría del conocimiento, tanto de nuestros mecanismos humanos como de la propia evolución de las religiones a lo largo de los siglos. Pero las motivaciones fundamentales del apego a la religión suelen ser el desconocimiento y el miedo mezclado con esa necesidad de amor y cariño que todos tenemos y que tanto nos cuesta desarrollar de forma sana.
-Bueno amigo-replicó Raúl tratando de tranquilizar a su amigo al que percibía mas nervioso de lo habitual-¿Qué tal van las cosas con Rosa?
Alfonso dejó por unos minutos su mirada suspendida en el aire, buscando un inexistente punto en un imaginado infinito. Por fin suspiró profundamente y comenzó a hablar despacio,
_Digamos que me estoy acostumbrando a leer entre líneas, no es muy explícita en lo que a nuestra relación se refiere. Seguimos juntos, doy por supuesto que me sigue amando porque sino qué sentido tendría todo. Pero su hermetismo me exaspera a veces. Creo que tiene miedo al compromiso,
Supongo que verá amenazada su libertad. Pero una pareja necesita bases sólidas para crecer. Elegir un camino es algo que hacemos de forma habitual cada día a cada segundo. No se puede caminar con un pie en cada sendero, el peligro de traspiés se multiplica. Y es una pena porque yo la quiero de verdad. Pero su inseguridad me desmonta amigo.
- ¿Lo has hablado con ella?-Susurró Raúl intentando no romper el instante íntimo que compartía con su amigo.
-Digamos que lo he intentado mil veces, pero no es fácil la comunicación cuando una persona no quiere comunicarse. Sólo en contadas ocasiones hemos hablado íntimamente sin que medie ese muro invisible que mantiene cercados sus sentimientos, sinceramente no sé si es inseguridad, miedo, a veces hasta creo que es idiota o que lo somos los dos.
Sólo la siento realmente entregada a través del sexo y no siempre. Tal vez le pido demasiado. Creo que el sexo nos une de nuevo a la naturaleza, a nuestra propia naturaleza. Es una conexión con nuestra esencia. Por eso es tan importante y a la vez tan necesario, pero hemos convertido la sexualidad en un instrumento más de desarraigo. En otro bien de consumo, como las casas o los coches, hemos convertido la vida en un mercado de compra venta y andamos todos algo perdidos. Tal vez por eso las relaciones duren tan poco o sean tan superficiales.

(A propósito del tema de la tertulia Entrelineas 24 -04-2009)

domingo, 3 de mayo de 2009

Terror en las filas


Dejemos de repetir a los jóvenes la vieja y sangrienta mentira: es dulce y honorable morir por la patria.”

Primero llegó el terror a ser alistados, pacifistas como eran ellos.

Luego el temor a no serlo, al escarnio público, a ser tachados de cobardes...

Finalmente siguieron el luminoso camino que, decían, señalaba la patria, y que conducía a la gloria.

El terror en las filas se desataba cada mañana ante la llegada del sargento primero. El terror de la instrucción fue constante pero no sirvió para imaginar cuanto habría de venir...

Aun tardaron un tiempo en darse cuenta que lo más terrorífico era que hubiera filas interminables de personas camino al matadero con la excusa de evitar terminar en el matadero...

Hoy muchos se preguntan de que sirve una patria sin personas que la habiten. Otros, sin embargo, aún creen que mejor una patria con dos patriotas y miles de muertos alrededor, que una tierra en la que quepa quien no piensa como tú.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

La cabeza no responde


Días antes del tsunami que mató a casi trescientas mil personas, sólo los animales y los locos se apartaron instintivamente de las costas.

A los animales los llamamos bestias y así nos consolamos en nuestra simpleza. Al loco, que en nada es mejor o peor, le tememos. Es la diferencia lo que incomoda.

Tal vez no sepa captar ese detalle o formalismo social que le delata, pero sabe captar la tragedia en forma de ola enorme, miedo o mentira o el amor en formas inimaginables.

La cabeza no me funciona”, me decía preocupado, hace años, un buen amigo.

Si piensas que no funciona, ya está funcionando para pensar que no funciona”, le contesté. Y esa frase tan sólo alivió el ritmo de funcionamiento de la cabeza que no funcionaba, alivió su minúscula pero infinita tragedia.

En sociedades dementes y alienadas, ser catalogado como un loco no puede ser sino un halago y, en muchas ocasiones, un salvoconducto para que te dejen en paz.

Personalmente, sigo haciendo méritos para conseguirlo.

Nekovidal 2009 – nekovidal@arteslibres.net

sábado, 2 de mayo de 2009

La primera vez


La primera vez que recibí un premio fue en la escuela, cuando tenía siete años, con el dudoso honor que fue un premio de lectura. Conseguí leer en voz alta, clara, marcando los signos de puntuación y sin trabarme. Ni me lo digan, quizá mejor que ahora.
Hasta ese momento la escuela era un ámbito en el que me sentía por lo menos cómoda, aunque no tardo mucho en manifestarse mi animadversión al gremio docente. Es que al año siguiente, y como no podía ser de otra manera en un país netamente militarista, ante una fecha patria, se organizó un desfile de alumnos por la ciudad en la que vivíamos. Todo iba muy bien hasta que ante algunas promesas incumplidas por parte de las maestras, y como casualmente vivía a 100 metros de la escuela en una calle por la que íbamos a pasar, no tuve mejor idea que al pasar por allí, romper filas, irme, abrazarme llorando a mi padre y dejar a todos boquiabiertos, terror? No sé si fue para tanto, pero con ocho años ya había decidió que no me arrastrarían las masas. Y desde luego tenía adonde cobijarme mas allá de que mi padre era demasiado formal para mi gusto y seguramente no dejaría de lamentarse de tener una hija tan díscola.
Luego ya de adolescente, la ocurrencia fue mostrarle a una profesora de idiomas, mis valiosos textos……….. directos, directos, salidos del corazón, que queréis que os diga, esta pobre mujer, que probablemente nunca se habría planteado el amor mas allá de lo más doméstico de lo doméstico, me dijo que escribía muy bien, pero que debería escribir sobre cosas que conociera.
Así supe que, mis escritos podían molestar a algunas personas, que no todos tenían la claridad mental de tomar distancia y que debía escribir por un tiempo, hasta que la sociedad me diera el pasaporte a la adultez, sobre conejitos, flores, familia etc. Puajjj!!! Que aburrimiento la cabeza así no responde, condicionada sólo a lo que conozco? ¿Como sabría esta buena mujer lo que yo conocía? mi cabeza se negaba a emitir ni una letra, ni un párrafo ni una estrofa.
Se durmió mi arte justo, justo, cuando alboreaba. Un día, tiempo después descubrí una novela “María” de Jorge Isaacs. Un novelista y poeta colombiano, del movimiento romántico, cuyo mayor acierto o por lo menos el más conocido, fue esta obra que se estudiaba en la escuela, en literatura por supuesto. Es así como al encargarnos una reseña de opinión sobre la obra, pude dejar volar nuevamente mi imaginación esta vez con la anuencia de los mayores. Fue todo un éxito. Me lo publicaron en el diario local con una foto de la época, que aunque conservo por los buenos oficios de una hermana, no tendréis el gusto de ver. Sin embargo, la vida me llevo por otros derroteros y durante mucho tiempo no cogí la pluma para volver a escribir, quizá me hubiera inspirado un gato negro o tal vez la inspiración hubiera venido de la mano de una tienda de especias porteña “ El gato negro” ya que es una tienda tradicional que cuenta con casi 100 años de trayectoria y perderse en sus pasillos entre hierbas aromáticas te transporta a un mundo desconocido de placeres imprevistos……pero esto esto ya es otra historia y tal vez y sólo tal vez algún día les hablaré del Hipocrás.

Alicia Gaona

domingo, 26 de abril de 2009

Soledades (Begoña)

Soledades


Hay un lugar en aire

en el que todo es cierto.

Que toca a veces mi

pensamiento y lo llena

de verdad y belleza.

Mientras el tiempo desgrana

su compás de arena te busco

allí donde todo es cierto.

Navegamos en un mar de

soledades, habitadas con

la desolación del que se sabe preso.

Búscame allí, allí donde se mece

mi alma al compás del infinito.

Arropada en la certeza,

alejada de todas las miserias.

A salvo por fin de tanto naufragio;

Abrazada a mi esencia, confundida

en la sustancia primera, brillando

como una estrella.

Begoña Ramírez, 21 de Abril de 2009