Leandro iba por el camino con la cabeza gacha y
sumido en sus pensamientos. El otoño le intentaba entrar a través de la sotana
mientras él iba crujiendo las hojas de los árboles que a su paso de alguna
manera se habían independizado. El día era fresco y su vestimenta de poco
abrigo por lo que los brazos se cerraban junto a su pecho. ¿Se cubría del frío
o protegía su corazón? Las ideas saltaban en su cabeza yendo y volviendo
repetidamente sin que él pudiera controlarlas. ¿Por qué había actuado así? El
complejo de culpa no le dejaba contemplar la belleza del paisaje otoñal, pero
¿Para qué hace falta un sentimiento sobre el pasado si este no lo podemos
cambiar? ¿Por qué se sentía culpable precisamente cuando había hecho lo que
creía debía hacer? ¿Por qué no contentaba a los demás? ¡Como si se pudiera
contentar a todo el mundo! O como si fueran más importantes las opiniones de
los demás que las de él mismo.
Las
ideas, los recuerdos, emociones y hojas secas se entremezclaban en una red de
sonidos diferentes formando su propia sinfonía.
Recordaba
el templo, las imágenes, la gente mirándole y él, salir corriendo ante la
mirada atónita de todos los feligreses.
La
gente llenaba aquel día la iglesia por ser la ceremonia de las confirmaciones.
Quien no tenía un familiar, tenía un vecino o un amigo. En el pueblo pocas
distracciones hay y lógicamente había que aprovecharlas. Leandro se encontraba
algo nervioso pues los preparativos y charlas con los muchachos y familia le
habían movido muchas ideas y dudas personales. Cuando el obispo hizo su entrada
la tensión fue aún mayor pues no le caía bien y se le revolvían las tripas al
pensar que tenía que agasajarlo como un gran personaje cuando pensaba que era
prepotente, déspota y avaro. Este era el representante de la iglesia que venía
a confirmar. ¿Qué era capaz de confirmar? Leandro tenía que dirigir la
ceremonia para sus feligreses pero le costaba trabajo ponerse en movimiento
para ella.
La
salida de la sacristía de los dos sacerdotes fue seguida con gran atención por
todos los presentes. Leandro como cura párroco hizo la introducción presentando
al obispo y a los que iban a ser confirmados, así como la ceremonia que se iba
a celebrar.
Cuando el obispo se dirigió a los jóvenes el
silencio era patente. Ellos se encontraban expectantes y emocionados puestos en
pie como les había indicado antes con un gesto.
El
obispo con voz fuerte dijo:
¿Creéis
en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra?
Y
ellos contestaron "Sí creo" mientras Leandro escuchaba intranquilo.
¿Creéis
en la santa iglesia católica, en la comunión de los santos, en el perdón de los
pecados, en la resurrección de los muertos, y en la vida eterna?
Todos
respondieron al unísono "Sí creo" pero Leandro sintió que algo se
movía en su interior.
La
ceremonia seguía con creciente malestar de Leandro pues se preguntaba si él
realmente creía o quería creer para no tener problemas. La mirada puesta en el
suelo para que nadie descubriera su pensamiento.
De
repente la voz se dirigió hacia él:
Y
vosotros, padres, padrinos y fieles de esta comunidad, ¿asentís con estos
confirmados, reconociendo que esta es nuestra fe?
Sin
saber que su voz salía de su cuerpo y que era escuchada por todos los
asistentes respondió casi en un grito
"No.
No creo en nada de eso"
Un
clamor general lo despertó de lo que creía eran pensamientos internos y al ver
todas las miradas dirigirse hacia él salió corriendo de la iglesia dejando al
obispo, confirmados y resto de la gente
conmocionados.
Pasados
unos minutos, el murmullo y clamor no dejaba espacio para continuar con la
ceremonia ¿cómo se podía hacer esta, si el preparador y representante se había
marchado desautorizando dicha confirmación?
¿Por
qué tuvo que esperar tanto? o ¿por qué no pudo terminar la ceremonia? porque
sencillamente estuvo estirando su conciencia hasta que esta se rompió.
Leandro
sigue caminando entre los árboles rojizos, amarillos, marrones y verdosos que
se encuentran bordeando el sendero y que él no sabe a donde lo lleva.
Lola
2/11/2012
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