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domingo, 4 de noviembre de 2012

El camino




Se dice que para hablar de algo con propiedad, hay que conocerlo bien primero. Bien, yo me he debido levantar hoy con el píe izquierdo, dispuesto a soslayar la regla, al menos parcialmente. Hoy quiero hablar de los best-seller, así dicho ya en español desde que tengo uso de razón, es decir, memoria. Y recuerdo que entonces sí me documente con voracidad sobre estos escritores y sus ríos de tinta, aunque, por ser la época del hambre, tuve que conformarme con lo que se tejía  en este país medieval: la asturiana Corín Tellado y el toledano Marcial Lafuente Estefanía. Leí algunos cientos de sus novelas, pero no cubrí con ello la décima parte de su producción. Supongo que las dictaban, de tres en tres, a afanosas secretarias, o secretarios, que aún no estaba la mujer como para trabajar en los teclados. Estas lecturas, atemperadas poco después con Salgari, Julio Verne y Defoe, dieron el paso a la adolescencia. Aún entonces leí a Michener, esta vez un solo libro, el entonces best seller Hijos de Torremolinos, que como suele ocurrir, ya nadie recuerda. Hablaba de los hippies o, mejor dicho, de las aventuras de los niños de papa que, por entonces, habían llegado a Torremolinos, y cómo sus hábitos chocaban a sus papás californianos. Todo volvía al orden antes de acabar la historia. Creo que en alguna parte se hacía mención a los nativos, pero más como decorado. Por entonces descubrí maravillado a Dostoievski, Baroja, Stendhal, Hesse, Flaubert, Sartre, Goethe, y tantos otros, poco leídos en su tiempo, y que nunca serían best seller, porque se leerían en todas las generaciones, sin prisa, como debe hacerse el amor. Y, ya bien adulto, me atreví con algún otro escritor entretenido. Tragué el primer tocho de Auel, Los hijos de la tierra, y casi terminé el segundo. Había vuelto a la tierra, con un romanticismo primitivo y ecológico y El clan del oso cavernario me vino al dedo. El segundo me recordó demasiado a Corin Tellado, aunque la protagonista era una mujer muy liberada que se parecía más a los llaneros solitarios de Estefanía. No cejé por ello en mi empeño y algunos años más tarde me enfrasqué en otro best seller, lo que implica un gran valor, pues suelen ser todos muy tochos. La cantidad cuenta y, sus honestos autores no quieren que el público piense que dan gato por liebre. Más vale que sobre que no que falte. A Los pilares de la tierra le sobra de todo, aunque a mi parecer le faltaba lo esencial. No tiene alma. Lo dejé desesperado antes de la página 100, después de grandes esfuerzos por seguir, esperando siempre que, al volver la hoja, me sorprendiese con una pequeña epifanía, algo que no fuesen mediocres pasiones, historias vulgares. No obstante, años más tarde cayó en mis manos en inglés, que empezaba a conocer, y lo leí con agrado pues su lenguaje sencillo, sin adjetivos, sus frases cortas de fácil sintaxis, sus personajes predecibles, su historia lineal, sin complejidades, alimentaban mi capacidad de lectura en esa lengua, satisfaciendo mi ego. Aprendí algún vocabulario sobre capiteles, arcos, bóvedas y celosías. Y sobre cómo funciona un best seller.
El libro de evasión, como el futbol, tiene una gran función social. Sus mediocres ensoñaciones ayudan a una fácil identificación, y nos ayudan a olvidar la miseria de nuestras vidas, sin plantearnos cuestiones que quizá nos impedirían dormir, con lo que al día siguiente –son libros para leer antes de acostarse, pues producen somnolencia- no estaríamos bien dispuestos para el trabajo. Ayudan a sobrellevar la monotonía de la vida cotidiana, sin inquietarnos demasiado y, como el futbol, facilitan nuestra vida social: durante la jornada laboral, en nuestros ratos de asueto, podemos charlar con cualquier vecino sobre el avatar de sus protagonistas o la última jugada de Maradona. Podemos opinar, relacionarlo con acontecimientos de nuestro diurno trajinar, sin menoscabo para estos. Y, quizás, ayudan a que algunos, algún día, se animen a leer literatura. Lo que, con visión histórica, no es poco. Al menos, quiero considerar que para mí fueron una etapa en el camino.

Diego

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