Las sillas se arremolinaban en desordenado círculo,
una procesión de enlutadas mujeres con el rostro tapado por un gran velo, iban
tomando asiento indiscriminadamente.
Si alguien le preguntaba a Marisa como había llegado hasta allí, no podría dar norte ni razón, miraba a un lado y otro sin saber que era aquel sitio infinito y vacio, donde solo se hallaba el desconcertado círculo de sillas ocupado por esas mujeres vestidas de negro con las caras tapadas, dejando desgranar en susurros una sarta de oraciones sin sentido para ella.
Una pálida luz lo envolvía todo, Marisa se contempló, llevaba un vestido de terciopelo morado, de manga larga cerrado hasta el cuello que le arrastraba por el suelo.
Su rubia melena suelta le llegaba a la cintura, le extrañó, ella siempre se recogía el pelo en un moño, solo se lo soltaba para dormir. ¿Y el vestido? Odiaba el morado, le recordaba a pena, a muerte a soledad.
Si alguien le preguntaba a Marisa como había llegado hasta allí, no podría dar norte ni razón, miraba a un lado y otro sin saber que era aquel sitio infinito y vacio, donde solo se hallaba el desconcertado círculo de sillas ocupado por esas mujeres vestidas de negro con las caras tapadas, dejando desgranar en susurros una sarta de oraciones sin sentido para ella.
Una pálida luz lo envolvía todo, Marisa se contempló, llevaba un vestido de terciopelo morado, de manga larga cerrado hasta el cuello que le arrastraba por el suelo.
Su rubia melena suelta le llegaba a la cintura, le extrañó, ella siempre se recogía el pelo en un moño, solo se lo soltaba para dormir. ¿Y el vestido? Odiaba el morado, le recordaba a pena, a muerte a soledad.
Se dirigió hacia el grupo de mujeres sentándose con
ellas, el murmullo de la monótona letanía le hacían aflorar todas las penas que
mantenía encerrada en el fondo de su alma, un dolor sordo y profundo le subía
hacia la garganta amenazando con ahogarla.
La brillante luz que invadió la tenue claridad
existente le hizo girar la cabeza, su corazón saltó de alegría, ¡Era él! ¡Por
fin! Tenía tantas ganas de verlo.
Le hizo señas con una mano para que se acercara,
mientras con la otra daba palmaditas en el asiento de la silla que tenia al
lado, él negó con la cabeza mientras le sonreía y le alargaba un ramito de
violetas que llevaba en la mano. Una
inmensa llama violeta lo rodeaba por completo, mientras se transmutaba
ante sus ojos, la miraba con un amor tan grande que la invadió por completo.
Abrió los ojos, solo había sido un sueño, pero aún
se sentía toda embargada de felicidad, solo un sueño…solo un sueño repetía para
sí, quería seguir durmiendo, quería estar con él, verlo aunque fuera soñando,
al darse la vuelta en la cama su
mano tocó algo, lo cogió, era un ramito de violetas.
MARÍA BUENO.
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