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jueves, 10 de noviembre de 2011

Encuentro de Escritura en Acción - Nerja

La perdedora de tiempo

María caminaba hacia atrás. Decía que no quería perder el tiempo y aseguraba a sus incrédulos oyentes que la única manera de recuperar el tiempo perdido era caminando hacia atrás. Y en ello pasaba sus afanosas horas, recuperando cada paso, decidida a recuperarlos todos, hasta el último, que no sería, lógicamente, sino el primero. “Entonces”, decía, “caminaría hacia delante, pero sin prisa, recogiendo todo el tiempo a su paso.” Pero no quería perder el tiempo en explicaciones, por lo que seguía su camino, hacia atrás y sin detenerse mientras hablaba.
Dicen las malas lenguas que cuando llegó al origen, tropezó en el vacío y estuvo cayendo durante siglos sin cuento.
Otros dicen que nunca llegó. Lo cierto es que aquellos que avanzaban hacia delante nunca la volvieron a ver.
Moraleja: el tiempo es lineal…o no existe.


¿Qué hacemos ahora?

Estuvimos remando durante horas, dejando que el agotamiento inundase nuestros miembros entumecidos. Los espejismos de una costa lejana se sucedían a cada golpe de remo. Remábamos a dúo sincronizado, con la mirada perdida en el horizonte sin fondo de la opacidad azul del mar y del aire. Un cielo sin nubes derramaba sus rayos sobre las aguas, reflejándose en su superficie desnuda. Por fin nos venció el agotamiento y dejamos caer los pesados remos.
-¿Qué hacemos ahora?-pregunté.
Un silencio sobrecogedor respondió a mi pregunta. Y fue así que recobré la consciencia de que estaba solo, de que siempre había estado solo en aquella barca sin remos que arrastraba la marea.

El secreto de la cueva

Un rayo de luz penetró la obscuridad de sus ojos. El negro de su pupila reflejó el dolor de su alma. Le tomó la mano que balanceaba insegura y lo atrajo hacia sí. Salieron juntos de sus miradas perdidas y se encontraron más allá.
Más allá del sentimiento, en lo más profundo de su secreto. Y, el descubrirse, los liberó de ellos mismos.

El día que murieron los políticos

Había una vez en un lugar del universo, que aún carece de nombre, una flor que se negaba a marchitar. Llegáronse los doctos del lugar para dilucidar cómo socavar su moral y, tras largas y enconadas discusiones alrededor de una bien servida mesa, decidieron que solo podrían vencer la terquedad de la flor retirando la tierra de sus raíces. Y así lo hicieron. En esto llegó una fuerte ráfaga de viento y la flor surcó los cielos, dejando tras de sí una lluvia de pétalos y semillas que descendieron sobre los escasos espacios de tierra que en la superficie quedaban.
La primavera siguiente vio como brotaban flores por doquier inundando con sus olores el aire hasta hacerlo irrespirable. Murieron así los políticos y con ellos se marchitaron las discusiones, mientras cada flor, una y todas iguales, miraban al cielo, titilando sus pétalos al compás de las estrellas.

Diego Pérez

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