El día que se murieron los políticos
Los ciudadanos andábamos de un lado a otro turbados, optimistas, pesimistas, riendo, llorando pero siempre muy alborotados. Un grito unánime se oía en todos lados “Se han muerto los políticos”. Unos cantaban y saltaban por las calles diciendo “Se nos acabaron nuestros problemas” mientras otros clamaban entre lamentos “Esto es el fin del mundo” Ni lo uno ni lo otro ocurrió. Cambiaron caras, cambiaron palabras pero no cambió el problema. Al cabo de poco tiempo todo volvía a ser parecido o igual que antes.
La responsabilidad del problema no es sólo de un oficio, un título, un cargo o un grupo de la sociedad. Todos y cada uno somos parte del problema en la medida que no nos responsabilizamos de ella. No nos engañemos, no somos mejor ni peor por estar arriba o abajo sino por la actitud que tenemos y las decisiones que tomamos en cada momento. En todos lados hay gente generosa que quiere ayudar a los demás y gente egoísta que sólo le importa su propio interés.
Me llama la atención como criticamos a los dirigentes lo mismo que hacemos nosotros en la medida que podemos.
El problema está dentro de los seres humanos: en la desidia, en el deseo de poder, en la avaricia, en el egoísmo, en la pasividad, en la comodidad y en todo lo que favorezca la manipulación. Existe una cierta ventaja en que nos dirijan, en ser tratados como niños. Podemos criticar y ponemos en otros toda la responsabilidad de las consecuencias sin necesidad de asumir la nuestra.
Sólo cuando seamos capaces de responsabilizarnos de nosotros mismos, de nuestro entorno y de nuestra gran comunidad entonces no será necesario que mueran los políticos pues habrán perdido toda su fuerza manipuladora y oscura. Mientras tanto, tendremos necesidad de que nos dirijan, nos organicen y habrá siempre personas que lo hagan en su provecho sin importarle las consecuencias y nosotros podremos criticar a los dirigentes (padres) como (niños) libres de toda responsabilidad.
Cambiemos nosotros y cambiarán los que nos gobiernan.
Lola Carmona , 5 de noviembre del 2011
¿Qué hacemos ahora?
Dijo en voz alta para que Luisa lo escuchara desde otra habitación. Siempre que llegaban las 5 de la tarde Virgilio, como un resorte, se despertaba del letargo y quería actividad; sin embargo, pretendía que su mujer fuera la que le tuviera organizado lo que tuvieran que hacer.
No escuchó respuesta, lo que le dejó con gran preocupación pues él se sentía incapaz de decidir por sí mismo algo en qué ocupar la tarde ya fuera de trabajo u ocio. Volvió a repetir la frase, pasado un tiempo prudencial y siendo consciente de que algo raro ocurría se fue directo a buscarla por la casa para recriminarle su falta de atención. Al cabo de un rato sin resultado alguno y con la cara descompuesta encontró un papel sobre la mesa de la cocina que ponía. “Me voy porque no te aguanto más, yo voy a hacer lo que me de la gana y tú vete a hacer puñetas.
La perdedora de tiempo
Mariquilla era una niña a la que le gustaba pasar las horas imaginándose historias o viendo simplemente el vuelo de los pájaros, por eso en su casa siempre le decían que dejara de perder el tiempo. Eran tantas las veces que se lo dijeron que empezó a perderlo de verdad. Un día se dio cuenta que había perdido una hora pero a la semana siguiente fue toda una tarde.
Mariquilla fue creciendo y con ella el tiempo perdido. Las horas se convirtieron en días, los días en semanas, las semanas en meses y los meses en años.
Al principio no quiso darle mucha importancia pero cuando las horas pasaron a días decidió apuntar en su diario el tiempo que perdía pues cada vez era mayor el espacio que quedaba fuera de su sitio.
Ante tamaño problema ella no se amilanó sino que se dispuso a hacer todo lo que estuviera en su mano para poder encontrar el tiempo que le faltaba. Investigó todos los métodos para encontrar cosas: hizo control mental, rezó a San Antonio, molestó a San Cucufato y todo lo que se le dijo que funcionaba. Ella empezó a utilizarlos concienzudamente y funcionaron; sin embargo, no conseguía el resultado esperado pues en vez de encontrar la hora de ese mismo día encontraba la de hace unos 7 años y a vez que hacía ella con esa hora que ya se le había quedado chica y no le servía, cuando la que necesitaba era la que tenía la cita con el peluquero para esa tarde.
Cuando empezó a encontrar masivamente aquella cantidad de tiempo, que no sabía en qué ocupar pues le llegaba con retraso, se vio abocada a liquidarlo como única solución de control. Así que parte de su vida la dedicó a matar el tiempo.
Alguien le comentó alguna vez que por qué no se dedicaba en esas horas muertas a inventarse historias o simplemente contemplar los pájaros es decir, disfrutar de la vida.
Lola Carmona 5 de noviembre del 2011
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