Por Diego
Un cura de sotana negra, redonda y fofa, un grueso cilindro con píes, mal afeitado y con el pelo a cepillo. Aliento pestilente mezcla rancia de tabaco y anís. Abrazo pegajoso y tenso violando su intimidad. Había más niños esperando, junto al confesionario, y su presencia no hacía sino agravar el malestar.
- Esos tocamientos… ¿Lo has hecho solo o quizá en compañía de otros niños?
- Bueno, alguna vez había otro niño.
- ¡Ah! ¿sí? ¿Cuántas veces? ¿Cómo se llama el otro niño? ¿Y dónde os tocabais? ¿Quizá en “esas” partes? ¿Te gustaba, sentías placer?
La confesión duró una eternidad, cada detalle buscando nuevos detalles. Pedro únicamente dejó escapar los sudores una vez que se encontró en la soledad de su banco, arrodillado mientras rezaba su penitencia. Rezaba maquinalmente, como casi siempre y el pecado, lucifer, dirigía su imaginación. Estaba con otro niño y se tocaban y era horrible, peor aún, era agradable. Estuvo a punto de tener una erección, aunque él no sabía lo que era.
Terminó con rapidez sus rezos aunque añadió tres avemarías por si acaso y se dirigió a la salida. Seguía sudando pese al frió de la nave. El “bola”, su confesor ocasional, lo fijo con una sonrisa que parecía decirle: “Sé lo que estás pensando”.
Tembló. No podía quitar de su pensamiento la imagen de su compañero, desnudo, bajo la cama. Recordaba el agradable calor de su cuerpo mientras jugaban sobre el frió suelo.
No volvería a hacerlo más.
Por la noche su compañero lo miró cuando se estaba desnudando y rápidamente bajo los ojos, se metió en la cama y se tumbo de lado.
Desde el día siguiente, Pedro se escondía en las letrinas durante el recreo y rezaba el rosario, mientras escuchaba las obscenas, jocosas, desvergonzadas conversaciones de algunos de los niños mayores que hablaban de sus partes pecaminosas con total desenfado. Las puertas no tenían cerrojo y temblaba de vergüenza pensando que pudieran descubrir lo que estaba haciendo, pero al menos él tenía la certeza de que no iría al infierno. Como Jesús, él se dejaría crucificar para así después reunirse con Dios en el cielo. De repente la puerta se abrió con un violento empujón que casi lo derriba sobre el retrete a nivel del suelo. Un cura enorme lo miraba con ojos asombrados:
- ¿Qué haces aquí?
- Re…rezando.
- ¿No sabes que esta es la hora del recreo? ¿Y no te da vergüenza rezar en un sitio tan sucio? ¡Fuera de aquí inmediatamente!
Pedro salió corriendo, con el rosario en las manos. Algunos niños habían oído os gritos y esperaban fuera atentos al desenlace. Cuando Pedro salió sus risas lo persiguieron más allá del campo de baloncesto. Corrió hasta los jardines y se escondió en lo más tupido de la algaida. Enterró aceleradamente el rosario y cubrió el montoncillo con hojarasca, sin dejar de temblar. Su corazón angustiado batía aceleradamente mientras su mente buscaba una manera de quitarle la vida.
- Esos tocamientos… ¿Lo has hecho solo o quizá en compañía de otros niños?
- Bueno, alguna vez había otro niño.
- ¡Ah! ¿sí? ¿Cuántas veces? ¿Cómo se llama el otro niño? ¿Y dónde os tocabais? ¿Quizá en “esas” partes? ¿Te gustaba, sentías placer?
La confesión duró una eternidad, cada detalle buscando nuevos detalles. Pedro únicamente dejó escapar los sudores una vez que se encontró en la soledad de su banco, arrodillado mientras rezaba su penitencia. Rezaba maquinalmente, como casi siempre y el pecado, lucifer, dirigía su imaginación. Estaba con otro niño y se tocaban y era horrible, peor aún, era agradable. Estuvo a punto de tener una erección, aunque él no sabía lo que era.
Terminó con rapidez sus rezos aunque añadió tres avemarías por si acaso y se dirigió a la salida. Seguía sudando pese al frió de la nave. El “bola”, su confesor ocasional, lo fijo con una sonrisa que parecía decirle: “Sé lo que estás pensando”.
Tembló. No podía quitar de su pensamiento la imagen de su compañero, desnudo, bajo la cama. Recordaba el agradable calor de su cuerpo mientras jugaban sobre el frió suelo.
No volvería a hacerlo más.
Por la noche su compañero lo miró cuando se estaba desnudando y rápidamente bajo los ojos, se metió en la cama y se tumbo de lado.
Desde el día siguiente, Pedro se escondía en las letrinas durante el recreo y rezaba el rosario, mientras escuchaba las obscenas, jocosas, desvergonzadas conversaciones de algunos de los niños mayores que hablaban de sus partes pecaminosas con total desenfado. Las puertas no tenían cerrojo y temblaba de vergüenza pensando que pudieran descubrir lo que estaba haciendo, pero al menos él tenía la certeza de que no iría al infierno. Como Jesús, él se dejaría crucificar para así después reunirse con Dios en el cielo. De repente la puerta se abrió con un violento empujón que casi lo derriba sobre el retrete a nivel del suelo. Un cura enorme lo miraba con ojos asombrados:
- ¿Qué haces aquí?
- Re…rezando.
- ¿No sabes que esta es la hora del recreo? ¿Y no te da vergüenza rezar en un sitio tan sucio? ¡Fuera de aquí inmediatamente!
Pedro salió corriendo, con el rosario en las manos. Algunos niños habían oído os gritos y esperaban fuera atentos al desenlace. Cuando Pedro salió sus risas lo persiguieron más allá del campo de baloncesto. Corrió hasta los jardines y se escondió en lo más tupido de la algaida. Enterró aceleradamente el rosario y cubrió el montoncillo con hojarasca, sin dejar de temblar. Su corazón angustiado batía aceleradamente mientras su mente buscaba una manera de quitarle la vida.
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