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lunes, 12 de diciembre de 2011
El loco
Los estrechos límites de su localidad le asfixiaban. No tenía, por otro lado, medios para viajar a ninguna parte. Pero en su mente se dibujaban paisajes insólitos, mares por descubrir, personajes desconocidos que le llamaban en sus noches sin sueño. Enseñoreaban sus días cavilaciones sin término, deslizándose sigilosas formas entre la espesura de sus cabellos, hormigueando subrepticiamente por entre las corcovas de sus dedos, creándole una inquietud, un malhadado desasosiego que no le dejaba vivir.
Apenas sin darse cuenta se encontró en el camino. Un zurrón a su espalda guardaba sus posesiones. Una rama de sauce, tomada descuidadamente del camino, le apoyaba en su marcha. Se alejó por entre los cerros innombrables, cruzando ríos sin cauce y arroyos secos, guiándose por las estrellas en sus desveladas noches de insomnio. Por el camino desierto no encontró conversador alguno, salvo acechantes alimañas que no perturbaron su caminar ensoñado.
Después de muchas leguas pensó en detenerse para, como entendía ser de rigor, descansar. Pero no estaba cansado. Una incertidumbre lo poseía y lo impulsaba a avanzar, siguiendo los caminos o vadeando las aguas a su paso, sin meta y sin parámetros, como brizna en caída libre, representando un papel que no conocía. Sentía sus pasos flotar, como sin rozar la superficie, recorriendo en sordina, sin ruido de hojarascas, chasquidos ni chapoteos, avanzando a velocidad vertiginosa sobre una tupida superficie móvil que escapaba hacia atrás bajo sus pies, perdiéndose, enrollada como una alfombra, en la infinitud del pasado. Las montañas desaparecían convertidas en profundos valles y las llanuras aparecían y se transformaban en desiertos, para desvanecerse en espejismos sin cuento. Había olvidado cuanto tiempo hacía desde que dejo su lugar, pero la memoria lo había abandonado, o había quedado entre los enseres que dejó olvidados atrás. Todo parecía en movimiento salvo las estrellas que definían los límites del cielo. Fijaba sus ojos en ellas como intentando comprender su significado, si algún significado tenían, mientras sus pies seguían volando ágiles, insensibles a la materialidad de la tierra que ya no pisaban. Un canto monótono escapó de su garganta, acompasando el vaivén de sus miembros. Sintió como aquellos puntos luminosos lo atraían, cada vez con más fuerza, mientras una liviandad se iba apoderando de su cuerpo, que ya apenas sentía, como si flotase en un líquido efímero y temperado. Apenas percibió el momento del cambio, si lo hubo, cuando se encontró voluptuosamente sobrevolando la tierra hasta que fue perdiéndose como un punto más en el infinito espacio sideral.
Diego Pérez Sanchez.
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