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sábado, 30 de julio de 2011
LA MEDUSA AUSENTE
El día era extremadamente caluroso y no conseguía respirar con la normalidad acostumbrada. El calor me convertía en agua: pelo, ropa y cuerpo chorreaban por todos lados; mientras que en una extraña contradicción parecía ser lo que me faltara. Si me movía, sudaba y si me quedaba quieta, también. La incomodidad era grande y el deseo de buscar una solución rápida, aunque fuera momentánea, mayor.
Saqué un helado del congelador que, si bien era algo delicioso de tomar, no me solucionó ni una pequeña pincelada del problema.
Me fui a la playa donde chapoteé en el agua y allí pude disfrutar un rato y conseguir mi objetivo hasta que un gran revuelo cubrió la costa. Los gritos y carreras tomaban todas las direcciones y yo, esperando lo peor, salí rápidamente del agua y por no desmerecer, me puse a correr. Como no veía nada y nadie parecía dispuesto a contarme lo que ocurría, me fui a un chiringuito a tomarme un refresco. Un camarero bastante locuaz me explicó que la causa del terror era el regreso de una medusa que todos conocían pues residía allí por temporadas y se había ausentado, por cuestiones familiares. Por eso, no la esperaban. Cuando terminé mi refresco, la playa parecía haber sido el lugar donde se había desarrollado una batalla campal. Las sombrillas, tumbonas, hamacas y demás accesorios playeros estaban desperdigados y tirados por todos lados. Una numerosa cantidad de personas se encontraban en diversas posiciones, como heridos de guerra pues era de un tamaño bastante respetable y regresó como dueña del medio acuático expulsando por las buenas y por las malas a todo el que se hubiera atrevido a invadir su hogar.
El enfrentamiento estaba claro. De un lado, la medusa que se pavoneaba dentro del agua y nos miraba con descaro. Del otro lado, los bañistas y sucedáneos que la mirabamos con respeto y temor. La tensión se podía cortar. El silencio era tan grande que hasta el aire se calló.
¿Cómo podíamos llevarla mar adentro o tierra afuera? No era fácil el diálogo con ella.
Se hizo una asamblea en la playa y se creó una comisión. Ella se quedó extrañada pues no conocía las formas democráticas. En su mundo prevalecía la ley de la fuerza y le llamó la atención. Ella ponía mucho interés de todo lo que se comentaba y tanto interés puso que quiso intervenir y cuando le dejaron la palabra se perdieron del todo pues tiene muchos brazos que levantar y cogido el gusto no hay quien la haga callar.
Ahora se reúne en las plazas y quiere ir a Bruselas como una indignada más.
Lola Carmona
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De pequeño aprendimos a convivir con los capurros, ahora parecen mostruos que llegasen de otros planetas, de vez en cuando sería un disfrute que se diesen un paseo por Burriana y despejasen la playa.
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Piedra