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sábado, 2 de octubre de 2010

Mal de muchos



Por Begoña Ramírez Joya.

Siento cierta nostalgia de aquellos tiempos, en los que la pobreza asolaba nuestra comunidad, pero en los que se respiraba un ambiente más pacífico y armónico. Ahora todo el mundo recela de los demás o pretende ser o aparentar más que su vecino. Si existiera una máquina del tiempo viajaría todos estos años atrás hasta aquel fatídico momento en que la prosperidad económica llegó a nuestras vidas. Incluso mis relaciones personales se han visto afectadas pro este cataclismo monetario. Sofía, mi mujer, siempre fue presumida, algo que según se mire puede ser incluso una cualidad en una mujer.(En un hombre resulta de lo más ridículo.)Pero cuando pasó todo,
su obsesión por su propia imagen empezó a rozar los límites de la locura. Nuestro amor se fue derrumbando. Creo, o al menos así lo sentí yo, que empezó a quererse tanto a sí misma que ya no le quedaba hueco para nadie más.
Para amar no se puede ser egoísta, porque entonces lo quieres todo para ti mismo, ni vanidoso porque necesitarás que los demás la alimenten continuamente, con sus miradas de aprobación o sus aplausos silenciosos.
Así que su vida se convirtió en idas y venidas a centros de estética, tiendas de moda y dietistas, porque cualquier gramo de más la desquiciaba completamente. En aquel tiempo primero del que tengo recuerdos tan gratos, el barrio era un fangal miserable. Bien es cierto que así no se puede vivir, pero la gente se respetaba y se ayudaba. Bueno había algunos miserables. Ahora son los que tienen la casa más grande, bueno mansión podríamos decir porque son los que han manifestado menos escrúpulos a la hora de especular con todo lo que han podido. Todo comenzó el día en que se descubrió que la nueva autopista pasaría por nuestro valle. Algunos sabían lo que era una autopista, yo no. Siempre había vivido feliz rodeado de montes, no creí necesitar nada más. Y Sofía aunque malhumorada se adaptaba bien a aquella vida. El valle, los montes, las lluvias con su olor a tierra viva, el calor sofocante de las tardes del estío eran nuestro sitio.
Pero empezaron las expropiaciones y los talonarios por aquí y por allá y la gente se fue transformando. Y aunque bien es cierto que mal de muchos consuelo de tontos, toda esa pobreza compartida nos unía con unos lazos invisibles pero fuertes y rotundos. Al amanecer una luz pura como la piel del recién nacido iba iluminando poco a poco el valle, dando forma a las casas, a las calles, a los árboles, a las montañas. Todo parecía más limpio y más bonito bañado por esa luz inocente, que se repetía en cada amanecer y que cada día me sorprendía por su mezcla de belleza y esperanza. Entre estos montes aprendí a descifrar los enigmas de la naturaleza que ya no son tales para mí. El único secreto de la vida es la vida misma, y esta verdad tan simple nos lleva toda una existencia descubrirla; y a veces ni siquiera una existencia basta para descubrirlo y hacerlo nuestro. Por eso entre la verdad y la vida hace tiempo que elegí.

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