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domingo, 20 de junio de 2010

Vivir para Vivir




Por Juan Pérez de Siles



Mientras los demás hacían colas interminables para conseguir un poco de agua de las pocas tomas que quedaban en aquél desierto de escombros perfumado, de aquél olor fétido que se desprendía de los cadáveres mutilados y medio enterrados, él, mirando al horizonte y con la vista desenfocada tal vez para no sucumbir al horror que le rodeaba, seguía fiel a sus principios de no hacer mal a nadie ni aún para defenderse. Caminaba consciente del andar, concentrado en sí mismo. Apenas podía respirar, el fuego intenso y descontrolado que devoraba todo por doquier consumía el aire, pero él seguía, ahora ajustando la respiración al ritmo de sus pasos. Un griterío de fondo de gentes desesperadas interrumpía de cuando en cuando su ensimismamiento libre de culpa puesto que sabía sin la menor duda que nada podía hacer por los demás, ni siquiera por sí mismo.
Sin perder de vista el horizonte vislumbraba un atardecer espléndido al fondo de aquella siniestra calle de una ciudad ya desconocida. Sentía la sed y el hambre. La primera le atacaba sin piedad y empezó a observarla para no pelearse con ella, ni se le ocurriría ponerse a hacer cola y esperar.
Caminaba y caminaba sin tener misericordia con sus pies. Chocaba a veces con otros tan perdidos como él en aquél mare mágnum, ahora choca con una mujer que lleva en sus brazos lo que debió ser su hijo, cruzaron las miradas y él vio que ella no quería nada
Salvo expresar a alguien su infinita desgracia. El no respondía a semejante ataque y continuaba. Ni una lágrima escapaba de sus ojos, el agua era indispensable. Casi iba por el aire mirando al horizonte con la vista desenfocada y atento a todo lo que surgía en su mente para no perder ni un instante discutiendo consigo mismo .Pero la sed, la sed con su monólogo chillón e ininterrumpido casi le hacía ceder a la esperanza del agua segura. El seguía con su mirada puesta en el horizonte y se dio cuenta de que no veía nada en particular y sin embargo lo veía todo incluyendo los fugaces pensamientos que trataban de responder a semejante caos.
Viento, viento tráeme aguacero, viento, viento tráeme canción, triste está la tierra que cultivo yo, como quema el fuego de mi corazón. Le vino a la memoria esta canción de Atahualpa, un día la cantó cuando pensaba que eso era importante, y acompasó sus pasos a ella. Ya volaba, el horizonte seguía allí pero ya no estaba lejos ni cerca, esta allí, donde quiera que pusiera su mirada desenfocada, estaba el horizonte como fondo de todas las tragedias que presenciaban sus ojos.
En esa extraña ausencia en la que se movía si cesar sintió que nunca había estado tan vivo y lúcido y mirando sus manos sabía que no le quedaba otra: Vivir para Vivir. Decidió seguir caminando. Al fin y al cabo nada tenía que perder y nadie en realidad había asegurado que existiera un fin de trayecto.



* Principio Abierto de Begoña Ramírez Joya para la tertulia Entrelineas

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