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sábado, 20 de marzo de 2010

Un día en el campo


Por María Bueno y Begoña Ramírez



Elena se ha levantado esta mañana muy vital, es primero de mayo, mientras desayuna mira por la ventana. El día se presenta espléndido, un sol radiante y un cielo de un límpido azul sin una pequeña nube, prometían una jornada de fiesta primaveral estupenda.

Después de todo el mes de abril haciendo honor al refranero, aquel día era como un regalo.

Elena se decidió, metería unos bocadillos en la mochila y se iría a pasar el día en el campo.

Después de varias horas de caminata llegó a un claro cerca de un riachuelo, “¡ideal!”, pensó, y se dispuso a comer. Tras el almuerzo extendió la esterilla y se tumbó en la mullida hierba. Con el estómago lleno y la caricia de los rayos solares se quedó dormida, cuando despertó se había nublado completamente. “Vaya, parece que el invierno quiere tragarse la primavera, habrá que ponerse en marcha”. Fue a incorporarse y se le escapó un quejido, cuando se levantó vio con asombro que tenía un vientre enorme, como si estuviera embarazada. “¡Embarazada!”, pero que tontería estaba pensando…!

Llevaba años anhelando aquel acontecimiento; su vientre hinchado de vida.

Pero era del todo imposible porque sólo habían pasado unas horas y aquella gordura era de meses. Palpó con dulzura aquella barriguita prominente, con una mezcla de temor y se dispuso a volver. Recogió sus cosas, el mantelito que había colocado cuidadosamente en la hierba, su botella de agua, los restos difuminados de su fugaz almuerzo. Comenzó a caminar despacio, mirando de reojo su barriga a cada paso, tampoco son tan extraños los milagros, de vez en cuando ocurren, como el de aquella niña pastorcilla a la que se le apareció la virgen; o el propio Lázaro en las escrituras que volvió al mundo de los vivos desde el fondo de las tinieblas.

Elena tiene sus creencias; aunque no asiste a los oficios religiosos, se siente

Cristiana y creyente. Durante años ha pedido al cielo por la llegada de un hijo.

Quizá, y aunque ya hacia tiempo que se había rendido, Dios había respondido a su fe.

Llegó al pueblo casi de noche y se apresuró a entrar en su casa, a salvo de las miradas indiscretas de las vecinas expectantes cada día por un nuevo chisme que llevarse a la boca. Antes de estar en boca de todos debía confirmar la veracidad de aquel acontecimiento. Porque su marido hacía ya mas de dos años que había fallecido, y aunque todavía era joven y no le faltaban pretendientes, con ninguno había llegado más allá del apretón de manos o los dos besos de rigor en las despedidas. Pero de confirmarse su estado nada de eso le importaba. La virgen María por ejemplo no necesitó de varón, aunque a lo mejor compararse ella con la virgen suponía un vil sacrilegio. Pero en cualquier caso aquel niño era una bendición del cielo. ¿Qúe otra cosa si no?

A la mañana siguiente se levantó con el canto del gallo y comprobó aliviada que su barriga seguía intacta, aunque la noche había transcurrido en realidad en un duermevela. Buscó entre sus ropas algo que fuese bonito y apropiado y como nada de lo que tenía le entraba bien tuvo que recurrir a un vestido algo pasado pero aún aparente que se compró en la capital sin ni siquiera probárselo hacía algunos años y que luego comprobó al llegar a su casa que le quedaba grande, el destino había previsto sin su consentimiento que sirviera para aquel momento, pensaba Elena ensimismada.

Para disimular un poco su estado se puso encima un abrigo que le cubría hasta casi las rodillas y una bufanda encima. Ya en la pequeña estación tuvo que intercambiar algunos saludos de compromiso.

Cuando llegó a la capital aún no eran las nueve y sin embargo todo bullía a su alrrededor. En la consulta del Doctor Cifuentes no había pacientes aún y la enfermera que le abrió la puerta la estudió unos minutos antes de decidirse a dejarla entrar.

El doctor la recibió enseguida. Explicó lo que le ocurría al tiempo que el doctor Cifuentes la miraba atentamente por encima de sus gafas con un gesto ambiguo.

Le pidió que se tumbara en la camilla y realizó una exploración.

No había embarazo, la hinchazón de su vientre se debía a una inflamación del útero. Pero la exploración había dejado claro que no había embrión.

El doctor Cifuentes miró a Elena detenidamente, se quitó las gafas con parsimonia y clavó en ella sus ojillos curiosos, intentando adivinar el impacto que causaría en su paciente lo que iba a decirle:

_Se trata de un embarazo histérico. Puede provocar los mismos síntomas que un embarazo normal pero no hay embrión. Le recetaré unas pastillas y la hinchazón irá desapareciendo poco a poco aunque sería conveniente realizar otras pruebas para descartar otro tipo de problemas.

Elena miró asombrada al doctor, y pensó “hombre de poco fe”.Otro que tampoco cree en los milagros.

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