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sábado, 12 de diciembre de 2009
La sinestesia
Por Pepe Guerrero
La vida se hacía insoportable en el planeta. Hasta los gatos no saciaban sus sentimientos. Los gestos cansinos y monótonos afloraban por los rincones. El letargo obligado de los moradores ya harto enfurecidos alargaba sus garras por los recovecos más recónditos sin ningún miramiento y fue proliferando como setas en el bosque dormido de la vida. No arribaban soluciones a fin de evitar la mortandad incomprensible que se expandía calladamente en mitad de la tormenta.
EL mundo de los humanos no caminaba alegre, satisfecho; iba como viejo navío haciendo aguas por todas partes. La vida peligraba y las criaturas se habían quedado estupefactas, inmóviles, sin voz en las gargantas, sin armas ni entusiasmo. Adolecían de empuje, de una efusión rabiosa que derribara los muros de su existencia.
Todo ello hizo que estallaran las metralletas del arte, la pintura, la música, la escritura, la escultura. Las palabras pronto sacaron el pie del tiesto, se soltaron el pelo y se echaron a la calle exhibiendo sus mejores galas. Nunca habían visto la luz esos fenomenales fonemas tan disparatados e incoherentes a simple vista. Siempre habían sido abortados, tildados de sórdidos o antipáticos, no se sabe el porqué.
Las nuevas corrientes no tardaron demasiado en florecer. Un buen día, allá por tierras helenas y romanas se bajaron los pantalones los industriosos de la creación ante el expectante foro que los contemplaba, y se fueron tatuando e inundando los papiros, los papeles, los muros y las pizarras de fisonomías y posturas nuevas, imágenes inéditas, metáforas inimaginables, surgiendo de su vientre, de su ferviente tinta un hermoso y genuino hallazgo, la locura del vocablo en carne viva, lo que todos estaban ansiosamente buscando.
La túnica de la sinestesia, como el manto de la tarde, fue cubriendo dulcemente los sembrados de los cultivadores de la escritura, Se disfrazaron a ojos vistas de los más incrédulos, lo que se dice a lo bestia, de forma que no los conociera ni la madre que los alumbró en una noche tan especial. De repente los colores, los números más dispares se pusieron el mundo por montera y exclamaron todos a una, revolución, subversión, adelante mis compinches, esta batalla la vamos a ganar, y pasaremos a los enemigos de la mezcolanza de los sentimientos, del universo sensible a sangre y fuego de besos irrepetibles e irreparables.
Hasta aquí hemos llegado, pensaron, y desde ahora en adelante la tristeza será dulce si la untamos con rica miel de la Alcarria, y la tarde la haremos de plata de ley, o para que no sean menos los esbeltos álamos del río los vestiremos de púrpura para oírles murmurar en una fuga de almíbar.
Los hombres opinaban que las desdichas todavía tenían remedio y cirugía, que estaban a tiempo, y empezaron a disfrazar y enriquecer las sensaciones en una gigantesca caldera donde echasen a hervir exquisitos cócteles de fríos o chillones colores y sordas alegrías que asomarían con su pico y ojos por un cálido horizonte de perros, o acaso nubes de chispeantes golondrinas como antesala de una primavera nunca jamás vivida.
En un esplendoroso repertorio de flautas, guitarras, acordeones y pianos de verdes sonidos, bailarían sevillanas en la bruma de la vida, besándose con la mirada y acariciando con el resplandor del alma los alientos más sutiles o pusilánimes.
Entre tanto la humedad de oro de su mano relucía en la lejanía del collado sobre los roncos pasos de una tierra amarga, que sin embargo se sentía acariciada por el azul claro de un refulgente amanecer, una inolvidable y maciza alborada brotando cual cristalina agua del firmamento.
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