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lunes, 23 de noviembre de 2009

El Guitarrista de la Esquina




Por Lola Carmona


Gustavito era un niño perfecto, orgullo de sus padres y preferido de sus maestros. Era un niño que todo lo intentaba hacer como los adultos querían. Gustavito no te ensucies en el parque y él se sentaba en un banco viendo jugar a los demás, pero quedándose impecable. Por mucho que disfrutaran los demás niños jugando, más disfrutaba él cuando regresaba a su hogar y recibía las alabanzas de todos los que allí en ese momento estaban. Os comunico que su madre tenía una peluquería, barata y clandestina, en el salón de su casa. Eran muchas las admiraciones y alabanzas referentes a lo buenísimo que era, y eso, a él le gustaba.
En el colegio ocurría algo parecido pues su maestra sabía que las mejores libretas y los libros más cuidados eran siempre de nuestro amigo. Cuando hacía falta que alguien hiciera algo, allí iba Gustavito, y eso, a él le encantaba.
Fue pasando el tiempo y nadie se dio cuenta de que se estaba mimetizando en una sombra que reflejaba los deseos de los demás y en la que él había pospuesto los suyos confundido por la necesidad de aprobación.
Un día, al pasar por una plaza, se encontró en una esquina con un hombre que hacía saltar sentimientos al rasgar las cuerdas de su guitarra. Gustavo, pues ya había crecido y dejado el diminutivo, se quedó extrañado ante el desajuste emocional que estaba ocurriendo en su interior. El cantante era de edad indefinida, por lo menos para nuestro muchacho y bastante desarrapado; pero lo que más llamaba la atención de Gustavo eran los sonidos expulsados con las manos y que iban adornados con gestos de la cara.
Se sentó en un banco de la plaza y estuvo un montón de horas embobado contemplándolo y sintiendo cada nota que saltaba de aquel instrumento de madera como si fueran chispas de un fuego. Poco a poco dejo de ser él y empezó a convertirse en dedos en gestos, en música. Allí estuvo hasta que aquel guitarrista dejó de tocar. Con las notas en la cabeza y una sonrisa extraña se fue a la casa donde estaban preocupados por el retraso, inconcebible en él.
La mesa puesta con el padre, la madre, la tía y el abuelo esperando para cenar. Él por primera vez en su vida no daba ninguna explicación sólo expresaba aquella extraña sonrisa ante la mirada sorprendida de los demás. Al final de la cena cuando terminaron de saborear las natillas con galleta que había de postre dijo solemnemente. “Ya sé lo que voy a ser, guitarrista de la esquina”

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