No, no hablaré de la dama de noche. Ella será quién dirá de mí a su momento. Su perfume de anochecer es ya todo un discurso. Mi discurso. Habla de recobrada armonía, de regocijo, de paz… Así me siento en este instante de mi vida, en esta meseta cálida en la cual ya puedo merecer, donde el horizonte es de roca lejana y el aire limpio deja en el corazón y los pulmones una delectación incomparable. No importa el pasado, no es más que un montón de escombros de memoria que tendré poco a poco que barrer. No importan los problemas del día a día, suelen ser pequeñas voces que te dicen cosas: hay que sacar de ellas lo sustantivo, sin más apuro. La belleza de la vida es lo más importante. Esta noche incipiente la puedo comprobar, no ya con mis sentidos, que se fascinan con ese cielo encendido de rojo, los rayos de sol invicto tras la montaña, y su luz vesperal que atraviesa las formas alumbrándolas por dentro, sino también veo la belleza con los ojos de mi alma de hombre.
Sin embargo, este olor de la dama de noche, mujer ideal, que cruza el jardín como un recuerdo intenso, no deja llamarme, de provocarme. Siento ahora, en este instante presente y dilatado, que puedo estar en paz con mi vida, con mi conciencia, con mis recuerdos, incluso puedo estar en paz con mis errores, con mis sombras… con las manías, con ese destino pegado a mi carne que me hizo caer hasta las pecinas en el alveolo de la locura. Sí a veces estoy loco... Y entonces lo estuve… En aquel tiempo la dama me tenía obsesionado, no sabía qué hacer para tenerla, para compartir un mismo espacio, aunque fuera a la fuerza… Estaba ciego a tal punto: que fui yo quien desconectó los cables de la batería de su coche, quien fingió salir en ese momento y ofrecerse para llevarla al trabajo; quien sufrió una especie de calentura, de remolino de ideas que confundía su cariño de amiga por la entrega total de una amante esclava, fui en definitiva quien en medio de este ventarrón mental intenté hacerla mía sin la respuesta de su sonrisa…
Pero no fue mía, ni podía serlo jamás de ese modo. La dama de noche retuvo para sí su perfume no dejándome olerlo… y yo cercené mis narices para no poder sentir más esa delicia irresistible, esa tentación. Huí, como un niño tras una travesura imperdonable. Estuve lejos tanto un tiempo hasta serenar mi conciencia y soltar por el desagüe la culpa ya bendecida, hasta que el péndulo de mi alma volvió a subir y me hice más liviano, más permeable al amor, capaz de amar por encima de todo.
Regresé y su nombre seguía escrito en el buzón de la verja al lado del mío. La vi pasar un día junto a mí: ella desvió la mirada. Esta tarde busqué las mejores rosas del jardín, abrí la verja temeroso y toqué en su puerta… Me abrió con gesto serio. Los segundos pasaron lentos… Al fin sonrió levemente y me hizo pasar…
--Preciosas rosas, y lo bien que huelen… ¿qué andarás buscando hoy?
--Son el regalo perfecto, para su hermosa dama, de un marido enamorado…
--No, si lo que es labia no te falta… Anda, pasa para adentro… voy a poner las rosas en agua… Ahí en la cocina he preparado té. Lo tomamos y recogemos a la pequeña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario